Hace unos años, durante un crucero por los fiordos noruegos en el barco más moderno de Holland America Line, tuve una especie de revelación ( o mejor dicho la sufrí).
Estábamos atracados en Alesund, disfrutando de esa preciosa ciudad. La mañana era tranquila, perfecta para pasear por sus calles. De repente, apareció por el horizonte un enorme barco blanco de una naviera europea. En menos de una hora, las calles pasaron de estar agradablemente transitadas a completamente saturadas. Me acuerdo que pensé: «esto no es viajar, esto es una invasión express».
Con muchos cruceros realizados, he probado prácticamente de todo en el mar. Desde la intimidad del Wind Star, donde apenas viajan unos 150 pasajeros, hasta esos gigantes que parecen ciudades flotantes en múltiples ocasiones.
Los viajes en cruceros han cambiado muchísimo. En los 70, cuando aparecieron los primeros barcos pensados solo para hacerlos, movían alrededor de medio millón de pasajeros al año. En 2019, ese número se había disparado a más de 30 millones. Una transformación total en la forma de entender el viaje marítimo.
El recién estrenado MSC World America es una prueba más de hasta dónde hemos llegado: 216.638 toneladas, 6.762 pasajeros, 22 cubiertas, 19 restaurantes y 7 piscinas. Si lo comparas con los elegantes trasatlánticos de antes, son mundos distintos.
Este cambio no ha pasado porque sí.
Las navieras saben muy bien lo que hacen: más pasajeros en el mismo barco significa menores costes por persona y más beneficios. Es pura economía de escala. Pero en el camino, gran parte de la magia original de navegar parece que se ha perdido.
LO QUE DEBES SABER:
- Los cruceros han pasado de ser elegantes medios de transporte a convertirse en enormes centros vacacionales que navegan.
- Esta transformación ha multiplicado el número de cruceristas por 60 en cinco décadas.
- La pregunta clave es si este gigantismo beneficia realmente a los viajeros o principalmente a las cuentas de las navieras.
Los trasatlánticos — Los primeros gigantes del mar
Antes de que existiera lo que hoy llamamos «crucero», los mares estaban dominados por otra clase de barcos: los trasatlánticos (ocean liners en inglés). No eran barcos de vacaciones, sino de transporte. Estaban diseñados para llevar personas de un continente a otro cuando volar era cosa de ciencia ficción.
RMS Queen Mary o el RMS Titanic eran la cumbre de la ingeniería naval de la época. Con sus cascos afilados para cortar las olas del Atlántico Norte, buscaban un equilibrio entre velocidad y estabilidad.
El RMS Queen Elizabeth de 1940, con sus 83.000 toneladas, fue tan descomunal que muchos expertos decían: «nunca se construirá un barco de pasajeros más grande». Hoy, los nuevos barcos de Royal Caribbean triplican ese tamaño.
Lo más fascinante de los trasatlánticos era su diseño interior, especialmente en primera clase. Los salones se inspiraban en los grandes hoteles europeos, con techos altos y escaleras impresionantes. Las salas de fumar eran espacios exclusivos donde los caballeros se retiraban tras la cena.
Hay que entender que estos barcos existían en un mundo donde cruzar el Atlántico no era una elección, sino una necesidad. La prioridad era hacer que los pasajeros olvidaran que estaban en medio del océano, recreando el más alto confort de tierra en alta mar.
Esta idea de traer este confort sentó las bases para lo que luego sería la industria de cruceros. Aunque veremos que, con el tiempo, el propósito y el concepto cambiarían por completo.
El declive del trasatlántico y el auge del crucero vacacional
Todo cambió en los años 60. Los aviones llegaron para quedarse y, de pronto, cruzar el Atlántico ya no era cosa de pasar días en el mar. Te subías a un avión por la mañana en Europa y por la noche estabas en Nueva York.
Las navieras empezaron a sufrir. Sus enormes barcos estaban cada vez más vacíos. ¿Qué hacer con ellos? Simplemente, les cambiaron el uso. Si ya nadie quería viajar en barco para ir de un continente a otro, quizás la gente estaría dispuesta a subirse a un barco… solo por diversión.
Los anuncios de la época lo decían claramente: «Ya no competimos en velocidad con los aviones. Ahora ofrecemos lujo y vacaciones en el mar«. Era un cambio completo de filosofía.
Al principio no fue fácil. Los cruceros tenían fama de ser algo para gente mayor y adinerada. Pero llegó 1977 y con él una serie de televisión que cambiaría todo: «Vacaciones en el mar». Esta serie mostró los cruceros como lugares divertidos, románticos y accesibles.
El perfil del crucerista cambió radicalmente. Ya no eran solo jubilados ricos, sino familias enteras, grupos de amigos, parejas en luna de miel…
Pero había un problema. Aquellos viejos trasatlánticos no estaban pensados para este nuevo tipo de viaje.
Consumían demasiado combustible, no podían acercarse a muchas islas por el diseño de sus cascos, y su distribución interior, con zonas separadas por clases, no encajaba con la idea más democrática del crucero moderno (algo que ha vuelto a re-instaurarse en nuestros días con áreas exclusivas para cierto tipo de cabinas/suites apartadas del resto del barco con sus restaurantes o cubiertas, ahora se llama un yate dentro de un barco – MSC Yacht Club, The Haven, The Retreat, The Sanctuary… ).

La adaptación — Remodelando los gigantes del mar
Un ejemplo perfecto para ilustrar esta transformación es lo que ocurrió con el SS France. Este enorme trasatlántico dejó de ser rentable y estuvo varios años sin operar. En 1979, Norwegian Caribbean Lines (actualmente NCL) lo compró.
Lo primero que hicieron fue modificar sus motores, eliminando una sala de máquinas entera y 2 de sus 4 hélices. Para llegar a islas con puertos poco profundos, comenzaron a usar lanchas pequeñas (lo populares tenders de nuestros días) como taxi entre el barco y la costa.
Dentro del barco, los cambios fueron totales. Quitaron paredes, unificaron espacios y acabaron con la segregación por clases. Donde antes había salas formales, pusieron tiendas, restaurantes, bares, piscinas… todo para el ocio.
En 1980, comenzó su nueva vida como SS Norway. Y mientras otros cruceros más pequeños hacían 3 o 4 paradas en una semana, el Norway solo hacía 2. Era una declaración de intenciones: el barco mismo era tan atractivo que no necesitabas pasar tanto tiempo en tierra.
El Norway demostró que un barco grande podía ser un gran negocio. Desde entonces, las navieras han ido construyendo barcos cada vez más grandes y con más entretenimiento a bordo.

La nueva era — El nacimiento de los cruceros modernos
El éxito del SS Norway permitió a las navieras construir barcos desde cero, pensados específicamente para ser cruceros. Los arquitectos navales ya no tenían que preocuparse por diseñar barcos para tormentas del Atlántico, sino por cómo meter más camarotes y entretenimiento en el mismo espacio.
Las chimeneas, antes enormes y símbolo de potencia, se volvieron pequeñas y casi decorativas. La proa cambió de larga y afilada a corta y roma. Los famosos paseos en cubierta abierta prácticamente desaparecieron. Cada espacio debía tener un propósito comercial.
Cuando uno compara las fotografías de aquellos majestuosos trasatlánticos de los años 30 con los cruceros actuales, la diferencia salta a la vista. Son dos conceptos totalmente distintos de lo que debe ser un barco de pasajeros. Uno buscaba elegancia y velocidad; el otro busca capacidad y diversión.
A finales de los 80, Royal Caribbean presentó el Sovereign of the Seas. Con su enorme atrio central acristalado, fue el primer mega-crucero diseñado específicamente como tal.
Otras compañías siguieron rápidamente esta tendencia. Carnival Cruise Line desarrolló barcos cada vez más grandes con su propia personalidad. Princess Cruises siguió un camino similar. Años después, MSC Cruceros entró con fuerza en esta competición a marchas forzadas por el tamaño e instalaciones de los barcos y en el tamaño de la flota.
La experiencia dentro del barco cambió por completo. Ya no era sólo brindar la mejor gastronomía y espectáculos, ahora se incluían pistas de patinaje, rocódromos, simuladores de surf, toboganes acuáticos… cosas impensables en los 70.

La era del gigantismo — Superando todos los límites y proporciones humanas
Si hay algo que caracteriza a los cruceros de los últimos 30 años es que no paran de crecer. Los pasajeros que miraban al Norway con sus 70.000 toneladas se sorprendían por su tamaño descomunal.
En aquel entonces, si alguien hubiera dicho que algún día navegaríamos en buques de 230.000 toneladas, lo habrían tomado por loco.En nuestros días los barcos más grandes del mundo, el Wonder of the Seas de Royal Caribbean desplaza 236.857 toneladas, y el Icon of the Seas supera las 250.000.
MSC tampoco se ha quedado atrás. Su MSC World America, que empezó a operar hace nada, en abril de 2025, desde Miami, es el nuevo gigante: 216.638 toneladas. Este barco tiene 22 plantas si lo comparamos con un edificio. De largo, son 334 metros, o lo que es lo mismo, más de tres campos de fútbol puestos en fila. Y lo más impresionante: lleva a bordo casi 9.000 personas entre pasajeros y tripulación. Es como si todo un pueblo se fuera de crucero.
Pero lo que más ha cambiado no es solo el tamaño, sino las atracciones incluidas a bordo. El MSC World America tiene una atracción llamada «Cliffhanger», que es un columpio sobre el vacío a muchos metros sobre el agua. También un tobogán en espiral que baja 11 cubiertas. Y está dividido en siete zonas temáticas distintas, como si fuera un parque de atracciones. ¿Y la comida? 19 restaurantes diferentes.
Royal Caribbean va por el mismo camino. Han incluido en sus barcos cosas que antes solo veías en tierra: parques acuáticos enteros, simuladores donde sientes que saltas en paracaídas, y otras navieras han añadido circuitos donde puedes conducir karts, y hasta montañas rusas. Si le cuentas esto a un crucerista de los años 90, no se lo creería.
La pregunta surge sola: ¿por qué tanto empeño en hacer estos barcos tan enormes y llenarlos de atracciones? ¿Por qué este empeño en hacer barcos cada vez más grandes y con más cosas?
Hay dos razones principales. Primera: quieren que el barco sea tan atractivo que las escalas sean casi lo de menos. Segunda, y más importante: por pura matemática económica.
La economía de escala es implacable: más pasajeros significan costes operativos proporcionalmente menores. Un barco que lleva 6.000 pasajeros no necesita el doble de tripulación que uno de 3.000. No gasta el doble de combustible. No necesita el doble de oficiales. Los costes crecen, pero no en la misma proporción que los ingresos potenciales. Y además, cada pasajero adicional es una oportunidad más de vender extras a bordo: excursiones, restaurantes de pago, spas, tiendas…
Pero no todo son ventajas. Estos gigantes causan problemas también, aunque las navieras trabajan arduamente para minimizarlos.
Por ejemplo ahora, son más limpios y se tiene una conciencia más ecológica ( filtros de última generación, usando gas licuado como propulsión, o conexión a la red eléctrica para apagar motores en puerto…).
Sin embargo tienen grandes retos, especialmente el de la gestión de visitas de escalas, donde pueden agravar la ya existente congestión turística o masificación.

El presente — Entre la nostalgia y la innovación
El panorama actual de la industria de cruceros presenta dos caras distintas. Por un lado, los enormes resorts flotantes captan toda la atención mediática. Por otro, existe un creciente interés por experiencias más auténticas, que conecten con la tradición marítima.
Y entre ambos conceptos el crucerista dispone de mas de 40 navieras y cientos de barcos con su propio estilo y experiencia diferenciadora donde elegir.
Hoy en día hay más de 320 barcos de cruceros oceánicos navegando por todos los mares. Desde barcos de expedición para menos de 100 personas hasta los que llevan más de 6.000.
Esta variedad demuestra que hay mercado para todo: desde el viajero que busca aventura en zonas remotas hasta el que quiere un resort completo tipo “Las Vegas” donde no falte de nada de cubierta para dentro.
¿Hacia dónde evolucionará el sector? ¿Seguirá dominando el modelo de «cuanto más grande, mejor»? ¿O habrá un resurgir de experiencias a escalas más humanas?
Probablemente veremos ambas tendencias desarrollándose en paralelo, ofreciendo opciones para todo tipo de viajeros.

Matando la gallina de los huevos de oro — ¿Se ha perdido la esencia del crucero?
Esta carrera desenfrenada plantea una pregunta: ¿están las navieras sacrificando lo que hace especial un viaje por mar solo para ganar más dinero hoy?
Por suerte para el viajero es que no todas las navieras y barcos se han contagiado de esta fiebre. Es legítimo ganar dinero (las navieras no son organizaciones sin ánimo de lucro), pero no todo vale en la forma de conseguirlo. Es ahí donde entra nuestro poder como cruceristas: el poder elegir.
Durante mis más de 100 cruceros he comprobado que existe otro mundo (menos publicitado y promocionado) en barcos de menos de 2.500 pasajeros (incluso en barcos de navieras que construyen los barcos gigantes), la experiencia es mucho más intensa y auténtica. El servicio es personal, la conexión con el mar es constante y los puertos cobran protagonismo.
En cambio, los mega-barcos están diseñados para clientes que no están tan interesados en el viaje, sino en el entretenimiento a bordo. Su experiencia se parece más a visitar un parque temático que a un viaje marítimo.
Estas navieras utilizan sin reparo el glamour tradicional de los cruceros en su publicidad, pero la experiencia es más parecida a hoteles gigantes que se mueven. Su estrategia: vender un paquete inicial asequible y bombardear luego con opciones de gasto extra.
Me preocupa la sostenibilidad de este modelo, no solo ambientalmente, o de acogida en los puertos que visitan, sino en cuanto a la experiencia del propio viajero.
¿Llegará un momento en que los cruceristas añoremos una conexión más genuina con el mar y el viaje?
Algunas navieras más pequeñas ya aprovechan este sentimiento. Compañías como Azamara Cruises, Oceania Cruises, Celestyal Cruises, Windstar Cruises ofrecen experiencias íntimas, más viajeras, enfocadas en el destino. No compiten en tamaño sino en calidad.
Probablemente no estamos ante el fin del crucero tradicional, sino ante una bifurcación: por un lado, los mega-resorts flotantes; por otro, barcos más pequeños que recuperan la conexión con el mar y los destinos. Solo espero que uno no cierre el camino al otro creando un halo negativo a lo que significa viajar en crucero.
El desafío para las grandes navieras será equilibrar rentabilidad y autenticidad. Si se centran demasiado en exprimir cada euro, podrían diluir lo que hace única la experiencia de un crucero: la magia de navegar, sentir el océano y despertar cada día en un nuevo destino.
¿Y tú qué piensas? Tu opinión cuenta
¿Has notado esta transformación en los cruceros? ¿Prefieres los barcos más grandes con todas sus atracciones o los más pequeños centrados en el destino?
Me encantaría conocer tu experiencia personal y qué tipo de crucero te parece que ofrece la mejor experiencia para un viajero. ¿Crees que las navieras están yendo demasiado lejos con el gigantismo o piensas que estos mega-barcos representan el futuro ideal de los cruceros?
Comparte tu opinión en los comentarios. Tu visión como viajero es fundamental para entender hacia dónde queremos que evolucione esta maravillosa forma de viajar que tanto nos apasiona.