Cuando los barcos de cruceros luchan por un puerto seguro
Dentro de la cadena económica mundial, el rápido avance del virus COVID- 19 ha cogido a muchas empresas desprevenidas y, a otras, sin tiempo de margen de acción. En este último apartado se encuentran las navieras de cruceros, cuyos barcos, con miles de personas y tripulación a bordo, no son fáciles de parar, desembarcar y poner en destino.
La maniobrabilidad de un barco no es como la de un avión. Y como las personas no son “carga” que se puedan dejar en cualquier puerto, los barcos de crucero se han ido encontrado, muchas veces, a lo largo de su recorrido con novedades que les han ido afectando de forma diversa y cada vez más intensa.
Cuando el coronavirus parecía recluido a una región de China, de repente, se esparció como la pólvora y explotó como una bomba de racimo en Europa, justamente en las zonas y países con mayor afluencia de turistas de cruceros (Italia y España, y poco después Francia). Las medidas tomadas por los países fue en progresivo y rapidísimo aumento.
Primero, permitiendo la entrada en puerto seguro a los barcos para aprovisionamiento, pero impidiendo la bajada de los cruceristas a tierra.Luego, el confinamiento de algún propio barco en puerto pero ya con la alarma de posibles (o confirmados) contagios dentro del barco.
En este punto, se produjo un llamativo incidente con un barco en Japón (Diamond Princess), que a la postre se ha señalado como uno de las grandes errores cometidos en la forma de abordar esta pandemia ya que el aislamiento durante un largo período, pero al mismo tiempo aglomeración de muchas personas en un recinto demasiado acotado, provocó justamente el efecto rebote y, con ello, más contagios.

Condenados por cumplir las recomendaciones de salud
Se trató injustamente en ese momento a las navieras al señalarlas por algo en lo que solo se limitaron a cumplir a rajatabla las recomendaciones de las autoridades del país a donde habían llegado.
Alguien, seguramente, entendió mal el procedimiento a seguir: aislamiento, si, pero al estilo de la localidad china de Wuhan, no de la forma en que trataron de aislar la enfermedad dentro de un barco. Y se les fue de las manos.
Para cuando el mundo se dio cuenta (y muchos países lo han abordado con inexplicable retraso) la enfermedad había llegado al nivel de pandemia. Y sin vacunas. Recordemos que la declaración de pandemia no lleva aparejado un aumento de la gravedad o de la mortalidad sino sólo de la cantidad de países con esa infección, según la definición que modificó la OMS en mayo de 2009.
Mientras los problemas sanitarios se agrandaban por momentos en algunos países, en los barcos de cruceros todavía navegando crecía la incertidumbre hasta saber si la nave podría llegar a su destino final.
Algunos buques incluso empezaron a saltarse escalas previstas para llegar antes a su puerto seguro de origen. Y eso, suponiendo que una vez allí las miles de viajeros y de la tripulación pudieran acceder a enlaces aéreos o terrestres hacia sus hogares porque ya para entonces empezaban las restricciones de entrada/salida en determinados países y también se reducían las posibilidades de transporte.
Los cruceros, por mucho que quisieran, no podían superar la rapidez de la propagación del virus COVID-19. Les cogió en alta mar, como a los pescadores ante un oleaje imprevisto. La velocidad de reacción en los
barcos está limitada y tiene el “inconveniente” en estos casos de que capitanes y navieras están obligados a pensar, en primer lugar, en los pasajeros.
Abandonados a su suerte negándoles auxilio
Pero lo peor para algunos barcos de cruceros estaba por llegar. Han sido aquellos a quienes el coronavirus les cogió muy lejos de su lugar de origen, especialmente los que realizaban cruceros trasatlánticos o bien de largo recorrido como los de América del Norte – Sudamérica o viceversa, e incluso los que tenían que traspasar alguno de los dos canales artificiales del planeta, el de Suez y el de Panamá.
A estos barcos de cruceros se les ha ido estigmatizando de puerto en puerto, retirándoles incluso “el pan y la sal” hasta llegar el caso de negarles el auxilio e impedir bajar a tierra a personas en estado grave o bien tener que aprovisionarse fondeados o con la ayuda de otros barcos.
Hay que decir, en su defensa, que esto no sabemos qué haya sucedido en la zona portuaria del Mediterráneo y costa atlántica europeo y africana.
Como si de “barcos malditos” se tratase, estos buques pareciera que los quieren dejar a su suerte, a la deriva, como el famoso Holandés Errante. Sin que se apiaden de sus problemas, de sus penurias, de sus enfermos, pese a que a ellos les ha venido sobrevenido, al igual que ha ocurrido en tierra.
Antes de escribir este artículo he querido ponerme en la piel del capitán o de un crucerista de estos barcos Si no son culpables y tampoco responsables de haberse enfermado o de transmitir el hasta ahora desconocido COVID-19, ¿por qué tan poca solidaridad? ¿acaso en algún momento de esta crisis hemos perdido ciertos valores humanitarios?
Me resisto a creer que el coronavirus, además de matar, también haya logrado cambiar los “genes buenos” de la humanidad. En esa confianza sigo.
Estas son mis reflexions de lo que está ocurriendo con los últimos barcos que no han llegado a un puerto seguro.
Ahora es tiempo de quedarmos en casa, pero pronto volveremos a los cruceros!
Manuel Negrín
Editor Regional
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Barcos de cruceros luchando actualmente por un puerto seguro
Publicado: 31 marzo 2020
Autor: Manuel Negrin para CruceroAdicto.com
Fuente y Fotos: CruceroAdicto.com