Diario Crucero Islas Británicas, Día 12, Escala Dublin
Crucero en el ms Prinsensam de Holland America Line
ms Prinsendam
38.848Tn, 840 pasaj. Posición actual del ms Prinsendam
Itinerario: Amsterdam, Plymouth, ST. Peter Port (Gersnsey), Holyhead, Foynes, Greencastle, Belfast, Isla Skye, Liverpool, Dublin
Dublin, Irlanda
Día 12, Otra forma de disfrutar la escala: Glendaloug, Powescourt y Guinness
Desde qué pensé en este crucero, comencé a buscar información sobre los distintos lugares que visitaríamos; su historia, sus costumbres, sus paisajes, sus ciudades y su gente. Irlanda, la isla Esmeralda, me fascinó desde el primer momento. Allí se encuentra un lugar mágico, donde espiritualidad y naturaleza se unen y su propio nombre resulta evocador; Glendaloug (Valle de los dos lagos). Su historia y sus fotografías marcaron el rumbo de esta escala. Tenía que verlo y esta era la ocasión.
Nuevamente recurrimos a los servicios de un coche con chofer, en esta ocasión, George, nos esperaba a las 8.00 a.m. en el puerto de Dublín. Desde allí nos dirigimos a Glendaloug en las montañas de Wicklow, el jardín de Irlanda. Nada más dejar atrás la ciudad, fuimos viendo la bucólica campiña irlandesa, con sus prados y sus ovejas pastando y casi sin darnos cuenta, nos encontramos en nuestro destino.
La puerta de entrada, es una de las estructuras más significativas del conjunto, de piedra y con un doble arco, nos anticipa lo que vemos a encontrar tras ella. El conjunto monástico de Glendaloug, fue fundado por St. Kevin en el siglo VI, las ruinas que hoy quedan en pie sufrieron todo tipo de saqueos, incendios y ataques, tanto por los vikingos e ingleses como por los propios irlandeses, pero a pesar de ello, es una de las ruinas monásticas mejor conservadas de Irlanda.
Nada más atravesar la puerta, nos encontramos con la impresionante torre circular de 30 m. de altura, la catedral, la residencia de los curas, la cocina de St. Kevin y entre estos edificios, las numerosas tumbas de su cementerio, muchas de ellas adornadas con cruces celtas. Me llamó la atención que aún hoy, sigan haciendo enterramientos en este lugar.
Como llegamos temprano, no había nadie en el recinto y reinaba una paz absoluta, esto acompañado de una ligera niebla hacia este sitio aún más especial.
Recorrimos el valle por uno de los senderos señalizados, atravesando un bosque con robles, bayas y cascadas en los alrededores. Primero encontramos el lago inferior, el más pequeño de los dos, y más adelante otra zona de edificios, menores pero más antiguos y todos ellos relacionados con la vida del santo. El lago superior, al fondo del valle, aparecía misterioso, oscuro y profundo, con las montañas reflejadas en él. Allí estuvimos un buen rato contemplándolo y haciendo fotografías, hasta que George fue e buscarnos para llevarnos a nuestra segunda visita.
Salimos en dirección hacia Dublín y en mitad del camino encontramos la mansión neoclásica de Powescourt y sus impresionantes jardines. Era sábado y lucía el sol, por lo que la afluencia de visitantes era masiva. Varios grupos de jóvenes estudiantes lo invadían todo y conseguían quitar encanto al paisaje. Aun así, paseamos por los cuidados jardines, entre ellos el japonés o el italiano y como curiosidad su peculiar cementerio de mascotas. A la salida pudimos entrar en la tienda de AVOCA que se encuentra allí situada. Un placer para los amantes de las compras.
Tras hora y media en Powescourt, nos esperaba nuestro chofer para llevarnos de regreso a Dublín. Nos despedimos de él en la puerta de la Guinness Storehouse nuestra siguiente parada. Ya teníamos las entradas, que habíamos sacado por internet desde Madrid, lo que nos supuso un importante descuento.
Como ya era tarde y estábamos hambrientos, nos dirigimos en primer lugar a la planta donde se encontraban los restaurantes y tras valorar la oferta, nos decidimos por uno de plato único; un estofado de buey irlandés elaborado con Guinness, puré de patata, pan negro y mantequilla. La pinta de Guinness estaba incluida en el precio de la entrada. Fue una comida muy rica, amenizada por un grupo de música celta cuyos componentes eran españoles.
Acabada la comida, comenzamos la visita. Al ser un museo interactivo puedes tocar, oler y sentir los procesos de elaboración de la cerveza. En la última planta se encuentra el Gravity bar, desde donde se disfruta de unas vistas inmejorables de Dublín, con una perspectiva de 360º.
Otra cosa que me llamó la atención fue la zona de marketing, donde pasaban un video con los anuncios de la cerveza y exponían los míticos carteles de su publicidad. A la salida pasamos por la gran tienda de recuerdos con todos los artículos relacionados con la marca Guinness.
Como la escala era larga, todavía nos quedaba tiempo para dar un paseo por la ciudad. Fuimos andando hasta el centro, atravesando distintos barrios, hasta la calle O’Connell, punto de referencia, donde llegan todos los autobuses de la ciudad. Cruzamos por el puente al otro lado del río Liffey, a la zona de Temple Bar, referencia en cuanto al ocio en Dublín. Más adelante, en la entrada de Grafton Street, la calle más comercial, nos encontramos con la estatua de Molly Malone, toda una leyenda en esta ciudad.
No zarpábamos hasta las once de la noche, pero el día había sido tan intenso, que decidimos regresar al barco para la cena,
Dublín nos pareció una ciudad para verla y disfrutarla con más tiempo. Para ello tendremos que volver en otra ocasión.
Había sido una escala fantástica, llena de experiencias muy distintas, pero el crucero estaba llegando a su fin. Al día siguiente, nuestra última escala, nos depararía una nueva sorpresa.
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