Explorando Atenas: A bordo del Norwegian Jade
Como sentir la historia en un crucero por el Mediterráneo
Si el día anterior había sido magnífico este no le iba a ir a la zaga. La mañana la empecé con mi mujer desayunando en la terraza del camarote; el día anterior tuvimos que cancelar el desayuno, pero esta vez sí que pudimos comer en nuestro camarote. Después de disfrutar unas tostadas y un poco de repostería nos dimos una ducha y respiramos hondo porque por primera vez pisaríamos la Grecia continental (sólo habíamos estado en la isla de Corfú y no llegamos a visitar ningún monumento de la Historia Antigua).
En esta salida, al contrario de la de Roma en que solamente la pareja sevillana y nosotros habíamos decidido realizar la excursión, las cuatro parejas, que ya habíamos compartido grandes momentos en el barco, nos encontraríamos en la recepción del barco e iniciaríamos la primera excursión en “familia”. Allí estábamos esperando Sonia y yo cuando llegaron las dos parejas catalanas. Después de unos minutos esperando a los sevillanos, con la hora ya cumplida desde hacía un buen tiempo, decidimos llamar a la pareja de Sevilla. Sorpresa, estos no habían adelantado el reloj y aún estaban dormitando en su camarote.
Cuando por fin aparecen emprendemos nuestro periplo hacia la capital de la cuna de la civilización. La salida del puerto se hizo larga y dura; el constante acoso de los taxistas griegos fue terrible. Ellos se ofrecían a trasladarte hasta Atenas, no querían saberse nada de la estación de El Pireo ya que eso les dejaba poco beneficio. Así que lidiando con los primeros griegos del día logramos salir a duras penas del puerto e iniciamos un “pequeño” paseo de 20 minutos, bordeando el puerto, hasta la llegada a la estación. El tren eléctrico nos transportó hasta Atenas, a los pies de la Acrópolis. La parada que escogimos para abandonar nuestro tren fue la de Thissio, al contrario de la estación que eligen otros cruceristas que es Monastiraki. Al salir de la estación los sevillanos aprovecharon para desayunar comiéndose unas cuantas bolsitas de Lay’s en el parque que se encuentra a los pies de la Acrópolis. El camino hasta las puertas de ésta lo realizamos en 10 minutos, aunque aprovechamos para “desenfundar” las cámaras de fotos y las de video porque las vistas eran realmente impresionantes.
Compramos la entrada, que nos costó 12 € e incluía el acceso a otros monumentos, y nos dispusimos a entrar en esta maravilla. Hasta esos momentos me sentía como en otras escalas en las que sencillamente disfrutas de la visita, pero en esta ocasión tuve una extraña y agradable sensación que había sentido únicamente cuando llegué por primera vez a los pies del Coliseo o me encontré cara a cara con Santa Sofía. No podría describir la extrañeza que sentía pero descubrí que había llegado a un lugar único y con muchísima Historia, en mayúsculas. En ese lugar mi mujer, la fanática del mundo griego, y yo nos perdimos del grupo y nos recreamos en cada piedra, columna o edificio que nuestra vista asimilaba. Saboreamos la monumentalidad de los Propileos, la grandeza del Partenón o las magníficas Cariátides, aunque sean una copia, del Erecteion. Asimismo disfrutamos de unas espectaculares vistas de la ciudad de Atenas desde la Acrópolis.
Terminada la visita habría vuelto al barco, pero mi yo pragmático me convenció para seguir descubriendo la capital griega. Descendíamos y cada pocos metros girábamos para realizar más fotos hasta que llegamos al barrio de Plaka, un barrio eminentemente turístico con mil y un restaurantes y tiendas de souvenirs. Había llegado la hora de descansar y de llenar nuestro estómago. Escogimos un restaurante desde cuya terraza veríamos, como nos dijo uno de los dueños, la Acrópolis. Bien, la Acrópolis estaba ante nuestros ojos, pero no se veía nada del otro mundo, solamente un fragmento de muralla. Después de la comida callejeamos por el barrio y entramos en una bodega donde vendían una bebida típica llamada Ouzo. Iba a probarla como digestivo, pero el precio (barrio turístico, precios caros) y su olor, me recordaba al raki turco, me persuadieron de lo contrario.
Cuando dejamos atrás el barrio descubrimos otra Atenas, una Atenas diferente, muchísimo más fea (aunque lo peor estaba por llegar). Como habíamos decidido llegar al Parlamento para ver el curioso cambio de guardia seguimos caminando hasta encontrarnos de frente con este edificio. No estuvimos mucho tiempo viendo a los guardias, el tiempo suficiente para hacer las fotos de rigor y descubrir el enorme respeto que los griegos le profesan a los perros callejeros (ojalá fuera así en todas partes).
Llegábamos al final de la excursión. Nos habíamos dejado muchas cosas por ver, como el Museo Arqueológico Nacional, entre otros lugares de interés, pero nos lo habíamos pasado genial y con eso nos sobraba. Entramos en el metro en Syntagma y como estábamos en la vía de la línea roja que nos llevaba hasta la verde que llega al Pireo, aunque la línea azul es más corta, nos subimos en ese tren que pasaría por Panepistimio y Omonia, estación donde podríamos subir al tren de la línea verde. En Omonia nos comunicaron que la vía verde en esa zona estaba en obras. O bien volvíamos hasta Syntagma y buscábamos la línea azul o caminábamos hasta Monastiraki, unos 10 minutos caminando. Decidimos callejear. Craso error; Omonia es una zona de Atenas fea, con mucho tráfico y que transmite una gran sensación de inseguridad. Al salir de la estación y mientras esperábamos que algunos miembros del grupo vaciaran sus vejigas en un McDonald’s, la mayoría de las personas que nos rodeaban daban la impresión que te miraban como si fuéramos un objetivo. Esto lo corroboramos cuando vimos a un chico drogarse a menos de 5 metros de donde nos encontrábamos.
En el momento en que nos reagrupamos empezamos a caminar para llegar lo antes posible a Monastiraki. La plaza donde se encuentra esta estación cambia con respecto a la anterior; es muchísimo más bella y frecuentada por gran cantidad de turistas.
Cuando llegamos a El Pireo se estaba haciendo de noche, por lo que aceleramos el paso para llegar lo antes posible a la tranquilidad del barco, dejando atrás el caótico tráfico. Mi mujer y yo perdimos un poco de tiempo comprando algunos productos en el Duty Free y, posteriormente, nos encaminamos hacia la ducha del camarote. Después de asearnos comprobamos que el espectáculo de hoy era de magia por lo que nos dirigimos hacia el Stardust Theater tras citarnos allí mismo con nuestra pequeña familia. La magia de Sander y Alison, que así se llamaba el espectáculo, nos asombró y divirtió muchísimo, aunque lo mejor estaba por llegar, cuando al finalizar, el mago nos dejó fotografiarnos con la enorme serpiente que había usado en algunos de sus trucos.
La noche no había terminado. Había llegado la hora de la cena y repetimos, de nuevo, en el Blue Lagoon. Volvimos a disfrutar mientras cenábamos de los acordes y los solos de Dave Morgan. Esta noche estaba más animado y su rock’n’roll era más rápido, sin salirse de los cánones del rock clásico. Cuando mi estómago dejo de protestar continuamos con la fiesta en el Spinnaker Lounge hasta que nos acordamos que el día siguiente, Izmir y Éfeso, iba a ser más duro que el que estábamos terminando.
Jesus Rico
● Excursiones en Atenas: sentir la historia en un crucero por el Mediterráneo: Fuente y Fotos Jesus Rico para cruceroadicto.com